"Sí-le, no-le" era el mantra infantil que repetíamos según íbamos pasando rápidamente hacia atrás los cromos repes del taco que pretendíamos intercambiar. Hacer la misma colección nos hacía cómplices, buscábamos en los montones de otros niños ese cromo especial, ansiado, que solo te lo cambiarían por un montón de los tuyos y que estaba destinado a un espacio difícil de rellenar que llevaba mucho tiempo en blanco en nuestro álbum.
Pero en un librito como este, de viajes a Grecia, no puedo parar de hacer comparaciones y voy pensando si cada viaje del que habla yo lo he hecho ya o no.
Si es un sitio como la isla de Corfú, en la que ya sé que no he estado, emprendo el capítulo con alegría buscando sugerencias para un futuro viaje allí, buscando visitar lugares que no se me han ocurrido previamente y llevo la lectura con alegría. No-le.
Si es un rincón de Grecia en el que sí he estado, también me congratulo revisitándolo con la visión de Juan, siempre renovadora, invitando a la reflexión. Me siento muy bien cuando veo que compartimos conclusiones parecidas sobre algunas visitas, por ejemplo con la subida al Licabeto, en Atenas. Sonrío con complicidad y sigo leyendo. Sí-le.
Pero si leo sobre ese lugar en el que sí he estado, pero descubro, a través
de su relato, un rincón que se me escapó, que no conocí, que no se me ocurrió
visitar; sea un lugar arqueológico, una playa, una taberna o una sencilla
librería de pueblo, ¡ay de mí! ¡Qué sentimiento! ¡Quiero volver! ¿Por qué yo no
caí en ese detalle? ¿Por qué no se me ocurrió hacer ese recorrido? Como el
ansia de aquel cromo que a ti no te había salido en los sobres que compraste:
¿por qué le tocó a otro niño?
Nada, que las ganas de volver a Grecia se reavivan dolorosamente con la lectura de este librillo. ¿Qué haremos? Pues me pienso apuntar todas las tareas pendientes para que cuando Juan saque otro librín de viajes a Grecia, pasar sus páginas pensando solamente “sí-le, sí-le” y ningún “no-le”.
Esther Castro
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