Es la docencia una profesión
dura. Dura por muchos motivos, pero nunca tanto como cuando se pierde a un
alumno.
Se siente un dolor agudo,
profundo, sin consuelo posible. Un dolor físico e irreparable.
Olga era noble, generosa, leal...
Era buena, sin que se necesiten más calificativos para describirla. Siempre
dispuesta a echar una mano, a mantener el grupo unido, a colaborar en todas las
iniciativas.
¿Recordáis las fotografías
ataviados de romanos, el teatro, las lecturas, la fiesta en el Olimpo...? Pues sigamos
recordando a Olga así: feliz, ilusionada. Riendo y bailando. Con nosotros.
Es la docencia una profesión
maravillosa. Maravillosa por muchos motivos, sobre todo cuando da la
oportunidad de convivir con personas como Olga y como sus compañeros de aquellos
años fantásticos, que no han dejado en nuestro recuerdo más que satisfacciones,
sonrisas y cariño.
Ayer, en su funeral, algunas
amigas comentaron su único defecto: ser demasiado sensible. Quizá lo fuera para
este mundo y por eso ha tenido que encontrar un sitio mejor.
Disfruta ahora de ese otro Olimpo, Olga. Gracias por el
tiempo que nos has regalado. Eres un ser lleno de luz. Siempre lo has sido.
Hoy más que nunca... Pax et Lux.